27 de noviembre de 2008

Recuérdate

Hoy, aquí donde estoy, al costado de este loro que me mira y me trae nostalgia les contaré lo poco que recuerdo de ella; y aunque no es mucho creo que es suficiente. Hace unos cuantos meses que la dejaron aquí esos hijos ingratos que tiene. Y fue el mes pasado que cumplió ochenta y tres años. Me pregunté muchas veces que hacía ella aquí, viviendo en una vieja quinta que Breña alberga, y que de paso la alberga a ella. Andaba casi todo el día recorriendo los viejos pasillos de esta antigua quinta viendo a los niños jugar y a los adultos conversar. Todos los días iba muy temprano a una pequeña gruta, de una de las tantas virgenes que existen, que estaba al fondo de la quinta y se quedaba ahí parada un buen rato. Vivía muy austeramente y andaba siempre con ropas ya muy viejas. Una vez a la semana venía un tipo, que quizás era uno de sus ingratos hijos, y le dejaba muchas bolsas con comida y un poco de dinero. Y se iba rápidamente diciendo que tenía muchas cosas que hacer. Se llamaba María, la señora María; y todo esto lo sé porque un día me invito a su casa.

Regresaba yo a mi casa cuando me topé con ella al centro de la quinta; yo evitaba cruzármela porque me parecía un poco rara; pero esta vez no pude. Me la encontré cara a cara y me dijo
-¿Puedes ayudarme a llevar esto a mi casa ?-
-Sí claro, le dije- y entré a su casa con la silla que me pidió que metiera.

Me invitó una taza de té y luego se sentó y comenzó a mirarme. Me pregunto cómo me llamaba y yo le respondí. Me preguntó que hacía por la vida y yo le respondí; me preguntó si tenía novia y yo le respondí. Me preguntó dónde vivía y yo le respondí. Toda nuestra conversación fue así. Pasaron las horas y nuestra conversación se hacía mas fluída. Me hablaba de los años cincuenta, de los años sesenta y de los años setenta. Me hablaba de su familia y de sus hijos que, como decía ella, ahora la querían poquito.

Al día siguiente sentí la necesidad de regresar. Toqué la puerta y ella me recibió cordialmente; me invitó otra tazita de té y nuevamente empezamos a hablar. Ahora me contaba de sus hijos, que aunque la querían poquito venían una vez a la semana a encargarse de ella. Me hablaba de cómo fueron ellos de niños y de cómo fueron creciendo. Me di cuenta de que tenía una amiga de ochenta y tres años cuando me comenzó a hablar de sus novios de juventud. La señora María era una de esas personas que ya no hay muchas. Siempre tenía algo de que hablar, siempre tenía cosas que preguntar y cosas sobre qué pensar. Ella era pintora, tenía algunos cuadros suyos en la pared; pero hace ya mucho tiempo que no pintaba. Es que la cintura ya no me deja estar parada mucho tiempo, me dijo. Era una mujer muy culta y muy tierna. El día de navidad estuve con mi familia hasta las once y cincuenta. Y faltando poco para la medianoche corrí a su casa con la esperanza de encontrarla. Ella estaba ahí y había puesto dos platos. Mis hijos están muy ocupados con sus trabajos y sus familias me dijo cuando le pregunté porqué no estaba con ellos.

Comimos un buen rato y luego nos pusimos a hablar. Afuera los niños jugaban con sus nuevos regalos y con sus chispitas de mariposa. Y nosotros jugábamos ajedrez mientras escuchábamos un disco de alguien que no conocía. Le conté que mi novia se iría de viaje el mes siguiente durante un largo tiempo. Cuando le dije eso fue a su cuarto y salió con un cofre en la mano. Era un collar hermoso; uno como no había visto nunca. Es de cuando me casé me dijo. No puedo aceptarlo le dije; pero ella sólo me miró como pidiéndome por favor que lo aceptara. Sólo atiné a decir gracias y acepté. Al día siguiente le conté que a mi novia le encantó el regalo y que me dio el abrazo más fuerte que alguien me dio jamás. Ella se alegró y me dijo gracias, gracias por darme una alegría más.

Yo al día siguiente le compré un loro. Un loro que ella tenía en su sala y que decía, me remplazaba mientras yo no estaba con ella. Andaba casi todo el día, casi todos los días en su casa y se hizo como mi casa, ella me curaba cuando me enfermaba y yo la cuidaba cuando se enfermaba. Ya habían pasado seis meses desde que la conocí, seis meses de la amistad más interesante que había tenido; y aunque la señora María hablaba siempre lento y suave nunca me aburría con ella; nunca me dejó decirle María, señora María me decía; pero ella siempre me decía niño. Un día fue a su casa y la encontré muy enferma en su cama, estaba muy pálida y muy débil. Ya me voy a ir me dijo. No, le dije; usted no se va a ir nunca. Conversamos un poco de Gardel, su cantante favorito, y luego se quedó dormida. La dejé ahí y fui a mi casa.

Estaba muy triste, pensaba en ella, pensaba en que ya estaba muy anciana, pensaba en que la iba a extrañar si se iba. De pronto sentí algo en el pecho que me hizo correr hasta su casa. De pronto caundo estuve cerca me quedé parado en seco. La señora María, como siempre le gustó que la llamara, estaba fuera de su casa en bata, caminaba hacia la entrada de la quinta envuelta por un haz de luz que la hizo levantarse del suelo y caminar hacia la profunda negrura de la noche; se fue alejando poco a poco y de pronto desapareció en el cielo; y entonces escuché; cuidate niño. Cuidese señora María.

21 de noviembre de 2008

Marcela. Cap. II

Como decirte Marcela que sueño contigo cada vez que te veo, que tu cuerpo fatal me hace pecar de pensamientos que ya no puedo aguantar. Sólo un minuto Marcela, daría cualquier cosa por un minuto de tu cuerpo junto al mío.

***

Al día siguiente intenté esconderme todo el día en mi casa, pero no pude. Al salir vi la puerta de Marcela y pensé en tocarla; pero que le diría me pregunté, quizás sólo un hola. Pero que más, seguramente me pondría nervioso y no sabría que hacer. Y si su novio seguía ahí; eso sería aún más bochornoso. No sabía que hacer así que regresé.

Después de un rato llamé a mi novia, no podía creerlo pero ya la extrañaba un poquito. Ojalá que no esté de mal humor, pensé. Me contestó y comenzamos a hablar, te extrañe me dijo; yo le respondí lo mismo aunque me sentí diciendo la mentira más grande del mundo. Entonces escuché la puerta de Marcela abrirse y le dije a Sofía, mi novia, que la volvería a llamar, escuché que me decía qué pasa, pero ya le había cortado. Salí y encontré a Marcela recogiendo el periódico de su puerta. Hola me dijo mientras se levantaba del suelo. Hola, le respondí… disculpa sabes dónde venden el periódico le pregunté; en realidad ya lo había estado comprando desde que llegué, pero no se me ocurrió otra cosa que preguntarle. Sí me dijo, yo tengo el teléfono del chico que los reparte, si quieres te lo doy y así te suscribes para que no tengas que ir a comprarlo.
Está bien, gracias le decía mientras ella entraba a su casa; dejó la puerta abierta y alcancé a ver sus muebles negros y sus paredes llenas de pequeños cuadros. Me pregunté si algún día estaría ahí sentado con ella tomando algo y hablando cuando salió, me dio el número y con una sonrisa se despidió.

La semana transcurrió sin sobresaltos, José llegó, pero decidí no contarle nada. A veces me cruzaba con Marcela y hablábamos un rato, otras veces incluso tomábamos el mismo carro y andábamos hablando todo el camino, pero nada más. Me contó que había terminado con su novio y traté de convencerla de su decisión. Si, tienes razón, le decía. El te ha hecho mucho daño. Ay Marcelita, si supieras que por dentro estaba celebrando. Fue entonces que le conté todo a José, como la había escuchado aquel sábado por la noche y cómo me había hecho su amigo con “tanto” esfuerzo. Llegó el fin de semana y para esto, José ya conocía a Marcela. Pensé que sería bueno invitar a Marcela a tomar algo, ya que me dijo que no tenía nada planeado. José invitó también a su novia, que felizmente no me conocía, ni conocía a Sofía.

Hablé con Marcela y le dije que iríamos, tenía miedo de que se sintiera incómoda ya que saldríamos con una pareja, pero aceptó mi invitación de lo más cómoda. Entré a mi casa para buscar que ponerme y encontré a José hablando por teléfono. Es Sofía me dijo, le has comentado algo de que vas a salir le pregunté. Me dijo que no y en ese momento recordé lo bueno que es tener a un amigo que te encubra cuando más es necesario. Hola amor, le dije de lo más animado; no sabes cuánto te extraño le decía cuando me preguntó que iba a hacer en la noche ya que unos amigos iban a despedir a un compañero que salía de viaje el lunes por la mañana. Tengo que ir a casa de mis padres le respondí rápidamente, es que hoy se juntará toda la familia y mi mamá me pidió que por favor no faltara. Ah, tu mamá me dijo, hace tiempo que no la veo. Si es que está un poco atareada con los papeles de mi hermano para la universidad. Está muy ocupada, a veces tengo que llamarla para que se acuerde de que existo. Quizás la llame más tarde para ver cómo está. No, mejor hoy no; es que creo que hoy se iba a ver con mi papá para arreglar unos papeles, es que creo que se quieren divorciar; así que no creo que esté del mejor humor. ¿Es en serio? No lo sabía, que pena; si pues, que pena pero prefiero no hablar del tema; si amor te entiendo, bueno, entonces otro día será. Si, mejor; bueno amor estoy saliendo con José a comprar un vino para la noche; te llamo mas tarde OK? Ya amor, chau; te quiero. Si, cuidate.

Colgué y di un gran respiro. José se reía por mi gran mentira. No sabía que tus padres se iban a divorciar me dijo; yo tampoco sabía wevón, ni sabía que se compraba vinos para cenas familiares. Putamare, eres la cagada en serio, que pendejo carajo jajaja. Ya, no jodas, más bien anda cómprate un desodorante, que ya se acabó el mió y no quiero salir oliendo a mierda. Ya, vengo en un toque. José estaba saliendo y cuando abrió la puerta Marcela estaba ahí parada a punto de tocar. Hola me dijo, es que quería hablar contigo. Bueno, yo los dejo dijo José. Pasa por favor, no te quedes ahí afuera.

-Que bonito está el departamento decía Marcela, mientras se sentaba-
-En realidad es una porquería, sólo que ayer lo ordenamos, si lo vieras a mitad de semana no querrías ni entrar-
-Ay, tanto así, no creo-
-Bueno, que pasa Marce, si necesitas algo sólo dímelo le dije mientras escondía el foto retrato de Sofía y yo que estaba en una de las mesitas-
-Nada importante, sólo quería saber si querías que vaya muy elegante o no-
-Ahhh, bueno. Que raro, nunca me habían preguntado eso. Pero no, ve como te sientas más cómoda. No es necesario que te arregles tanto; ya eres muy linda de por si-
-Gracias, pero ya no digas nada más que me dará vergüenza-
-Jaja, OK pero que conste que es lo que pienso-
-Ya pues, bueno entonces vengo más tarde-
-Listo, cuando ya estés lista sólo tocas la puerta que te estaré esp… bueno, te estaremos esperando-
-Ya, chau-
-Hasta luego-

Dieron las siete y tocaron la puerta. Que raro pensé, no creo que sea Marcela tan temprano le dije a José, ni siquiera estoy listo. Abrí la puerta y vi a Sofía parada con su gran sonrisa. ¡Sorpresa! ¿Te sorprendí no? Amor, que haces aquí. Nada sólo que nunca había venido y como tenía la dirección quise venir a verte antes de que fueras a tu casa. José que estaba a torso desnudo saludó mientras se metía a su cuarto a ponerse algo. Sofía se sentó como Pedro en su casa y comenzó a ver todo como si lo estuviera revisando. Bueno sí, pero me hubieras avisado para comprarte algo para comer, es que no voy a comer aquí. No te preocupes que ya comí en casa; y amor, ¿cómo te sientes aquí? No te sientes sólo cuando José se va: No tanto, no se va todos los fines de semana; hoy por ejemplo se va a quedar aquí solo. Ay, y ¿por qué no lo llevas a tu casa? Se lo pregunté pero no quiere, es un testarudo; quiere estar sólo es que peleó con la novia. Ay, pobre, debe estar un poco triste. Si, está muy triste le dije. Entonces salió José con una sonrisa estúpida de oreja a oreja como para cagarme el plan y saludó muy divertido él. Me levanté para ir al baño y lo intercepté antes de que se sentara, le dije que te peleaste con Angie así que pon cara triste carajo. Ahora vengo amor; voy al baño.

Entré al baño y me apoyé en el lavadero mirándome al espejo. Ojalá a Marcela no se le ocurra preguntar algo más porque no sabría que hacer pensé. Y si viene y pregunta por mí. Es que está tan buena, que rayos…

13 de noviembre de 2008

La del edificio

Ella vive en el ultimo piso de ese edificio que tiene a todos los muchachones del barrio algo pendientes y hasta un poco alterados. Todos saben que la mamá de Mafer sale a trabajar muy temprano y que regresa muy tarde en la noche. Ella tiene diecisiete y aún está en el colegio. Y nosotros ya un poco mayores, algunos hasta mayores de veinte seguimos baboseando por ella, porque aunque es recontra pendeja, nunca nos ha dado bola. Siempre trae a sus amigos colegiales y los encierra con ella. Todo el barrio habla de ella, las señoras que se levantan a las seis de la mañana para ir a la misa que ni ellas mismas escuchan no tienen otro tema de conversación que la pobre de Mafercita, tan rica ella caray, y a los demás no les importa porque están demasiado ocupados. Miguelito, el más chibolo del barrio vive un piso abajo que el de ella y nos ha contado que a oído ruidos muy fuertes luego de la entrada de cada colegial, e incluso que alguna vez que todos fuimos a jugar una pichanguita sin él, Mafercita lo invitó a pasar y lo estuvo tocando. Pero nadie le cree porque todos sabemos que no es más que un chibolo hablador.

Mafercita nos tiene a todos locos. Incluso cuando ya tenía quince se vislumbraba que iba a ser la ricotona del barrio, esa que todos querrían y desearían al punto del colapso. Yo voy a la panadería muy temprano y esa parte del día es la que más amo porque todos los demás están recontra dormidos; pero Mafercita no, es que ella tiene que ir al colegio pues. Y que premio de Dios es ver a Mafercita en la mañana con su short pequeñito y su polo apretadito. Ay Mafercita, que bueno que ahora no hay cárcel para los que se meten con menores de edad porque te juro que un día de estos no puedo más y mando a todos al carajo. Todo por un ratito de placer contigo.

La bodega de la señora Dora se hace propicia para sentarnos en las tardes y observar a Mafercita mientras juega vóley en la canchita con las demás; las demás, que aunque hierven de celos porque sólo miramos a Mafercita, igual andan con ella ya que si no nisiquiera nos daríamos cuenta de su existencia. Y a las seis en punto, casi todos los días viene su novio de turno; un colegial por lo general. Y se sienta ella bien rica con su noviecito como diciéndonos que el espectáculo se acabó.

Hace una semana hicimos una apuesta para ver quién se levantaba a Mafercita más rápido. El trato fue que no había reglas, todo valía; y el primero que se la ganaba aunque sea por un día se llevaría un monto nada envidiable además de una par de cajas de chela. Miguelito tambíen se apuntó y nos dijo que cuando Mafercita iba a la azotea a ver a su perrito, dejaba la puerta de su casa abierta. No sé porque nos lo contó pero yo no tuve mejor idea que caerle de sopresa sentado en su sala y declararle mi más profundo ¿amor?. No, mi más profundo deseo hacia ella. Es que Mafercita y yo éramos patazas, yo era el mejor amigo que tenía en el barrio, de niños andábamos de arriba para abajo; jugábamos a los novios y esa cosas que uno hace de niño; sólo que la universidad me había alejado un poco de ella. Nadie la veía como yo, su cara bonita conquistaba a todos y su sonrisa me cautivaba más aún. Yo la conocía desde que era una niñita, toda planita ella, con sus frenitos en los dientes y su panzita de niña comelona. Ella me contaba sus cosas y yo la escuchaba, fueron buenos tiempos con mi mejor amiga del barrio; pero ya nadie se acuerda de eso porque ella creció, se hizo más bonita y más pendeja.

Ese día estaba en la casa de Miguelito, y cuando Mafer subió a su azotea yo aproveché y me escabullí a su casa. Me senté y luego me arrepentí. Mafercita bajó y se asutó. Que haces aquí me dijo, yo le mentí y le dije que pensé que había salido y como vi la puerta abierta entré para cuidar su casa hasta que ella regresara. Ese día hablamos sin parar hasta la madrugada, me contó que su mamá se iba a quedar en la casa de una tía a dormir y que la había dejado sola. Ya me había olvidado lo bien que me hacía conversar con ella. Me contaba sus cosas de niña y yo mis cosas siplemente. Me contó que estaba un poco triste, que extrañaba a su papá y a su hermano. Ese día me di cuenta que Mafercita seguía siendo la mafercita de la que alguna vez creí enamorarme cuando tenía diez años. Seguía siendo linda, sólo que la vida y los chicos la habían cambiado mucho. Ya se había hecho tarde y ella se durmió en mi hombro. De pronto se despertó y me dijo que la había pasado muy bien, pero que yo la tenía olvidada; no te preocupes le dije, voy a hacerme un tiempo siempre que pueda para vernos; nos quedamos callados, nos miramos, nos sonreímos y la besé con un amor que no sabía que tenía. Nos separamos y ella se sonrojó. Que verguenza me dijo, que pensarás de mi y de todo lo que hago. Nada, le dije, yo no pienso nada de eso, sólo pienso que sigue existiendo la Mafercita que yo conocí. Ya era más de medianoche y seguía ahí. Nos seguimos besando y nos levantamos del sofá. Ella me llevó a su caurto y cuando estuvimos ahí la dejé acostada. Me miró como invitándome a acostarme con ella pero yo no quize. No se porqué pero desde esa tarde la he vuelto a ver de una manera diferente, como antes. Otro día será le dije y me fui. Le di un beso en la frente y le sonreí.

Al bajar estaban todos en la esquina de doña Dora. Te la comiste ni huevón me preguntó José. No jodas chato, le dije. Ya pe huevón, no te hagas el tercio me dijo Nicolás, a Nicolás le había gustado Mafer desde que la vio, pero ella ni lo miraba. Si te la comiste habla pe. Pobre Mafer, no sabía que habían apostado por ella, incluso yo. Me sentí un poco decepcionado conmigo mismo así que me fui. No, no me la comí les dije; y tampoco lo pienso hacer.

12 de noviembre de 2008

Marcela. Cap. I

Sus jadeos incesantes me llenaban la cabeza de deseo todos los fines de semana. Escucharla gemir a voz en cuello como la mujer apasionada en la que se transformaba cuando cerraba las puertas de su departamento me hacía reventar de sensaciones que ya no podía controlar más.

***

Hace algunas semanas me había mudado aquí, vivía con un amigo de la universidad que los fines de semana salía de viaje a Ica, su tierra natal. La primera semana estuvo llena de problemas; conseguir comida y demás cosas necesarias se nos hizo un poco difícil; sin embargo, al pasar los días ya nos habíamos acostumbrado. Era un departamento pequeño con dos cuartos. La ventana del mío daba a la ventana de ella. No sabía como se llamaba, sólo sabía que era una mujer muy simpática ya que me la había cruzado un par de veces en la entrada del departamento.

El viernes de la primera semana me había levantado muy tarde y tenía que llegar a tiempo a clases así que me duché lo más rápido posible y después de tomar un jugo salí corriendo y en la entrada tropecé con ella. Boté todas las cosas que llevaba en la mano, fue una situación muy embarazosa.

- Discúlpame, le dije, mientras recogía sus cosas; es que estoy algo apurado-
- No te preocupes, me dijo-

Su voz me encantó desde el primer momento en que la oí. Me llamo Marcela, me dijo, mientras me estiraba la mano para saludarme; le respondí el saludo y me despedí porque recordé que estaba con la hora. No me dijo nada más que su nombre pero en el camino me puse a pensar y traté de adivinar su edad. Quizás veinte o veintiuno que sería mejor, pensé. Siempre me han gustado las mujeres mayores y no sé porque.

Cuando ya había regresado encontré a José haciendo sus maletas porque se iba al día siguiente. Sólo atiné a dormir ya que había tenido un día muy cansado. El sábado otra vez me levanté tarde y José ya se había ido. Estaba sólo y no sabía que hacer. Recordé a Marcela y salí para probar suerte, sería bueno encontrármela, pensé; pero no la vi. Entré y me preparé el desayuno. Pasaron las horas mientras leía una novela que había guardado por ahí; llegó la tarde y estaba muy aburrido así que salí a caminar, entré a un cine viejo y pude dormir con tranquilidad. Al regresar mi novia me llamó, no la veía desde el viernes pasado, me dijo que estaba resfriada y un montón de cosas más que no hicieron más que aburrirme, me preguntó por cómo me había ido y yo simplemente le dije “bien”. Creo que eso la molestó un poco porque esperaba un poco más de participación de mi parte, pero en realidad ya me estaba aburriendo de ella, de cómo era y de cómo me trataba así que le dije que estaba muy ocupado y que le tenía que cortar. Luego me arrepentí y quise volver a llamarla pero un ruido afuera me entretuvo. Era Marcela recibiendo a alguien, escuché que lo invitó a pasar y después no pude escuchar nada más. Recordé que iba a llamar a Sofía, mi novia; pero se me habían ido las ganas. Ya eran las nueve de la noche y aunque era demasiado temprano decidí, como nunca, ir a dormir temprano un sábado por la noche.

Ya eran las diez y media y en la tele sólo habían cosas aburridas; la apagué y me estiré en mi lecho decidido a descansar y pensar que haría al día siguiente para no aburrirme. Fue en ese momento que abrí los ojos un poco aturdido. Los gemidos de la ventana contigua me habían despertado. Es Marcela pensé y el que entró era su novio o algo así. Intenté taparme con la almohada pero la seguía escuchando. En ese momento sentía un no se qué que iba entre la rabia por sacar a ese tipo de ahí y al mismo tiempo un deseo inmenso de estar ahí en vez de él. Me levanté y fui a la cocina por un vaso de agua, pero cuando regresé los jadeos seguían fuertes y rápidos. No sabía que hacer, intenté recordarla como la había visto el día que tropecé con ella; estaba en shorts de dormir y con un polo cualquiera que le quedaba un poco grande. Los jadeos seguían y yo seguía ahí en mi cama sin saber que hacer, fui otra vez a la cocina y me senté a tratar de pensar en otra cosa. Después de un momento regresé y no se escuchaba nada; sin embrago, de pronto escuché un gritito reprimido que al parecer, indicaba el final del acto. Me encontré parado en medio de mi habitación sin saber que hacer; parecía que el silencio reinaba en la habitación de Marcela. Habrían acabado me pregunté. No sabía que pensar así que fui al cuarto de José y aprovechando su ausencia me acosté a dormir.