Luego de encomendarme al señor como me había enseñado mi madre desde muy pequeño para que en el camino no sufra ningún percance me puse a pensar si es que lo hacía por verdadera creencia o por inercia total. Y es que me he dado cuenta de que la mayoría de veces que me acuerdo de Dios es únicamente para pedirle algo.
Estaba reflexionando acerca de si debería sentirme culpable o no cuando una voz estruendosa y picaresca cortó de raíz mis cuestionamientos. Era uno de estos tantos personajes que sube a los micros ofreciendo productos golosinarios después de realizar un show, que por lo general es muy interesante; debo decir que la palabra golosinarios despertó cierta inquietud en mí y aunque estaba casi seguro de que no existía deduje que seguramente provenía de otra ya que la costumbre de viajar en microbio, como decimos algunos, me ha enseñado que el ingenio de personas como Rubén es más grande que sus penas por lo que la chispa es el arma más grande que puede tener uno en este medio para no salir derrotado.
Este personaje, porque era realmente un personaje, se presentó diciendo que se llamaba Rubén Incháuztegui, era un joven de no más de treinta años seguramente, decía venir de provincia y tener un hijo al que quería con todas sus fuerzas, vestía ropas sencillas y tenía en el rostro una expresión incierta que vacilaba entre la picardía y la desilusión, cargaba al hombro una mochila y tenía en la mano un cuadernito misterioso que estaba ya muy desgastado y que me produjo una excitación ambigua. Quizás porque pensaba que era un pequeño cuaderno como el que yo tengo y llevo a todas partes para apuntar datos e ideas que percibo cuando viajo dentro de esta ciudad que a veces me trata bien y a veces mal. Lo curioso de el cuadernito era que Rubén no lo hojeaba para nada, sólo lo tenía agarrado como si fuera su fuerza de inspiración. En el primer momento que lo vi pensé que era una Biblia, instrumento frecuente de personas que suben a nuestro microbio argumentando que les cambió la vida o algo por el estilo, sin embrago, me di cuenta que no era eso así que dejé volar mi imaginación por un rato y preferí pensar que de repente era un recuerdo pasado o hasta un cuaderno donde su hijo hacía dibujitos en sus momentos libres.
Nuestro querido acompañante de viaje había elegido un tema realmente curioso para su monólogo de ocasión: la pedida de mano. Felizmente, aunque no sé si esa sea la palabra adecuada, no me ha tocado vivir una experiencia de tal calibre por lo que de eso no tengo mucho que opinar, sin embargo parece que a este tipo le había tocado vivir una muy peculiar o quizás la escuchó por ahí o hasta la inventó él mismo; lo cual lo hace más atrayente aún. El malo de la película es el suegro -decía él-; ese tipo que te guerrea para ver si tienes los pantalones suficientes y te pone todo tipo de pruebas para ver si estás apto como para ponerte una familia al hombro. Otro de los argumentos de nuestro expositor es que a nadie le gusta haber tenido en la casa a la luz de sus ojos, para que después de veinte años o más venga un braguetero cualquiera y se la lleve sin más ni más. Las risas se escuchaban estrepitosas por doquier y algunos hasta aplaudían por la manera en la que Rubén nos contaba su relato.
Él siguió hablando y aunque lo que decía me resultaba excelente como para animarme el viaje, había tenido un día muy atareado y el cansancio me iba venciendo poco a poco así que me recliné en el asiento y perdí mi mirada en el techo blanco del bus. Estaba muy cansado así que caía dormido en un par de minutos. Sólo recuerdo que soñé algo que me tiene un poco preocupado.
Tenía yo veintiocho años, estaba en una oficina que posiblemente era mía y aunque no era un día muy caluroso estaba sudando de una manera excesiva. Recuerdo que vi el reloj y eran las seis de la tarde. El calendario marcaba cuatro de junio y con mi novia habíamos programado ese día para la pedida de mano. Salí del trabajo y fui a la casa de Marcela. En el camino intenté pensar en otras cosas, pero mis nervios no me lo permitieron. Un semáforo en rojo y un muchacho vendiendo libritos pequeños sobre la familia. Se acercó a mi ventana y me habló:
-Mister, buenas tardes. A un solcito nomás el libro con todos los consejos de Pepita del Solar para llevar un matrimonio exitoso-
Sentí que el corazón se me salía de tan fuerte que golpeaba. "No gracias" le dije y seguí por la autopista. Dos cuadras más allá había un spot publicitario sobre un viaje con todo pagado para dos personas a Cancún, especificaba el anuncio “perfecto como regalo de bodas”. La radio anunciaba dieciocho grados en la temperatura pero yo sentía que estaba en el África. No podía pensar en otra cosa que no fuera la pedida de mano. Ya un poco más cerca de la casa de mi novia estaba una pareja en una esquina que al parecer tenía una fuerte discusión, la cual terminó con los dos alejándose por sitios distintos de la calle; inconscientemente pensé que seguramente era una pareja de esposos que tras una pelea habían optado por la separación, aunque la idea parecía inverosímil porque no creo que nadie elija la calle para solucionar sus conflictos.Era tanta mi desesperación que había relacionado todo con el suceso de hoy.
Llegué a la casa de Marcela y cuando toqué la puerta salió ella a recibirme. Me hizo pasar y sentarme con toda la familia que ya me había estado esperando para el gran acontecimiento. Tenía las manos temblando y el ceño un poco fruncido, las piernas me temblaban y lo que más me incomodaba es que ya tenía preparado mi pequeño discurso. Sin embargo, no podía articular palabra alguna. Cuando me alistaba a decir cualquier cosa el padre de Marcela intuyó mi nerviosismo y dijo:
-vamos hijo, con confianza que estamos en familia-
Lejos de infundirme valor, las palabras del señor Ricardo me pusieron más nervioso aún y solté cuatro palabras que salieron de lo más recóndito de mi ser.
-disculpen, pero no puedo-
Todo el mundo me miró con asombro y ni siquiera pude a ver a Marcela a los ojos por la vergüenza que me embargaba; salí corriendo de la casa, subí al auto y emprendí el camino a quién sabe donde pensando en mi inusitada cobardía.
El bus saltó y me desperté un poco exaltado. Me di cuenta de mi sueño y esbocé una pequeña sonrisa burlándome de mi curiosa conciencia. El monólogo de Rubén había terminado y lamenté no haber oído todo lo que dijo pero me causó mucha gracia soñar lo que soñé ya que este personaje de micro había inspirado mi conciencia a jugarme una broma en sueños. Rubén estaba pasando por los asientos ofreciendo sus productos golosinarios, saqué todo el sencillo que me quedaba y se lo di a cambio de tan interesante experiencia.
Rónald Cortez Palomino.